lunes, 8 de septiembre de 2008

Soñar & Pensar.


Las horas del ensueño son las horas profundas de la vida, en las que toda la poesía que bulle en nosotros se agrupa y flota como un fuego fatuo.

Después, el sol vuelve a salir. Las brumas blanquecinas descienden como llamadas por el río. Ya solo se ve la gran espada del agua clara. Y la razón, entonces, ordena y reúne los fragmentos que brotaron del sueño y les imprime su huella.

¡Que alegría encontrar y comparar! ¡Que alegría dar a las cosas un sentido de la belleza y una dirección! ¡Que alegría comprender y subir las laderas y llegar a las cima de la verdad y de lo eficaz! El espíritu traza las líneas claras de sus leyes.

El hombre se siente en ese momento superior a todo, dueño de este universo monstruoso y desmesurado en el que, son los cerebros, no más grandes que una fruta o que un pájaro, los que imponen el orden y la armonía.

Quien no sepa gozar las posibilidades de soñar y de pensar que, a cada segundo, la vida ofrece al hombre, la nobleza de esa vida. El hechizo es siempre posible, porque los sueños son los violoncelos que suenan en el jardín de las almas. Podemos pensar siempre, es decir, tener el espíritu no solo ocupado, sino vibrante, tenso hacia un dominio mas fuerte, más exultante que el fuego de los deseos infinitos. Aburrirse es renunciar al sueño y al espíritu.

El aburrimiento es la enfermedad de las almas y de los cerebros vacíos.

La vida, entonces, se convierte en un esfuerzo desesperadamente gris. El amor mismo no se exalta ni se hechiza sino en la medida en que el espíritu superior mantiene la poesía y fortifica los impulsos de la sensibilidad. Es también preciso soñar y pensar nuestro amor.

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