lunes, 3 de noviembre de 2008

BEATA SOLITUD


La compañía, en el fondo, solo es agitación, ruido, perturbación en torno a la propia soledad.

Buscar sin cesar lo que llamamos animación es miedo a encontrarse frente a si mismo.

¿Cómo hemos podido confundir la alegría con la inmersión permanente en la baraúnda tumultuosa? ¿Por que sumergidos en los demás para ser felices?

Sumergirnos en los demás es ponernos en contacto con su corteza, gozar tan solo sus actitudes artificiales o superficiales, esto puede divertirnos, darnos un placer fugaz, como bocanada de aire, pero qué diferencia entre ese placer sin profundidad y la felicidad profunda, esencial, de la conversación consigo mismo, del análisis de los íntimos pensamientos y de la propia sensibilidad!
Entonces, todo lo vemos hasta el fondo, negar el poder, la amplitud de esa alegría, la verdadera, es negar la vida interior.

La soledad es para el alma la magnifica ocasión de conocerse, de vigilarse, de formarse a si misma, solo los cerebros vacíos, o los corazones inconstantes, tienen miedo de quedar en silencio frente a si mismos, solo en esos momentos veremos si los sentimientos son sólidos o si, por el contrario, eran no mas, ruido y fugacidad.

Los sentimientos elevados pueden vivir solos, sin presencia física: mas aun, el aislamiento los purifica y los engrandece.

La alegría, la gran alegría que es como un bloque de granito bajo el agua de la vida que corre, la alegría que no abandona ni decepciona, cual surge de la lucha interior, de la exaltación interior, hay, pues, que vigilarse, que dominarse, que purificarse, que elevarse; hay que tener el valor de pensar.

¡Porque es mucho más sencillo ser perezoso o cobarde ante el trabajo espiritual!

Es duro, si, tener la energía suficiente pare dilatar nuestros campos secretos ¡para amar intensamente, es decir, pare darse en el silencio! Y así, preferimos olvidar que esas alegrías fundamentales existen, contentándonos con los placeres inmediatos, ruidosos, después de los cuales nada queda, sino polvo en el corazón y heridas en las alas.

Los místicos han conocido este esfuerzo constante de la vida interior.

¿Y eran acaso menos felices? ¿Era su alegría menor que la nuestra? ¿Menor que la de nosotros, que charloteamos, con gente que no sabemos como son, palabras y palabras que mueren en un mismo eco? Pero esta alegría de los místicos no es mas que un ejemplo, la misma alegría interior existe en otras regiones de la espiritualidad y de la sensibilidad.

La presencia corporal no es completamente indispensable.

Podemos amar de un modo perfecto y estar alegres, de las mas altas alegrías, en ausencia de lo corporal y en la misma muerte, mientras no nos desprendamos, un día. de todo lo externo y no seamos capaces de vivir solos, es decir, en compañía de lo mas real, lo que nada turba, no pisaremos el umbral de la felicidad.

En lugar de quejarnos de la soledad, bendigámosla, aprovechemos la posibilidad inesperada que nos da para examinarnos en silencio, para dominarnos lucidamente y totalmente, hasta en nuestros mas contradictorios pensamientos, se nos cierran las puertas del mundo?

¿Se interrumpe nuestro contacto con lo de fuera? ¡Tanto mejor! Ello significa, si nosotros queremos, que las puertas se le abren al alma, que estamos en contacto exacto con nosotros; ello significa las alegrías exultantes del conocimiento, de la plenitud espiritual; del místico don, el mas delicado y el mas completo.