Los jardines del corazon han perdido su color, no tienen pajaros, ¿Que pajaro, por acaso, podria cantar en medio de la tormenta, mientras el hombre busca al otro hombre, para odiarle, para corromper su pensar, para hollar con los pies la rosa? Los dones han muerto, el don del pan para los cuerpos fragiles, el don del amor para las almas que sufren.
¿Amar? ¿Para que? ¿Para que amar? El hombre, encerrado en su concha, ha hecho de su egoismo una barricada, Quiere gozar. La felicidad, para el, se ha convertido en un fruto que devora avidamente, sin recrearse en el, sin repartirlo, sin dejarle, siquiera ver a los demas.
¿Para que aguardar al fruto maduro que tendria que repatirse entre dos? El amor, el mismo amor, ya no se da a los demas; se huye con el entre los brazos, deprisa, deprisa...
Sin embargo la unica felicidad era aquello: el don, el dar, el darse, era la unica felicidad conciente, completa, la unica que embriaga, como el perfume sazonado de las frutas, de las flores, del follaje otoñal.
La felicidad solo existe en el don, su desinteres de sabores de eternidad, vuelve a los labios del ama con dulzura inmortal.
Dar: Haber visto los ojos que brillan por que han sido comprendidos, alcazados, colmados.
Dar: Sentir esos anchos entremecimientos de dicha, que flotan como inquietas aguas sobre el corazon, subitamente serenado, empavesado de sol.
Dar: Haber llegado a esas multiples fibras secretas con las que se tejen, los misterios ardientes de una sensibilidad, emocionada, como si la lluvia suave del verano hubiera refrescado los rosales que trepan por los muros polvorientos y calidos.
Dar: Tener el gesto que alivia, que hace olvidar a la mano que es de carne, que derrama un deseo de amar en el alma entreabierta. Entonces, el corazon se torna tan leve como el polen de las flores, y se eleva como el canto del ruiseñor, con su misma voz ardiente, que alienta nuestra penunbra, desbordamos la felicidad por que hemos derramado la capacidad de ser dichosos, la felicidad que no habiamos recibido para que fuera solo nuestra, sino para derramarla, porque nos ahogaba, como la tierra que no puede retener sus manatiales, los deja desbordar sobre las flores numerosas de las praderas, o por las hendiduras de las rocas grises.
Pero hoy los manantiales no brotan ya. La tierra, egoismo, no quiere despojarse del tesoro que la agobia, retiene la felicidad y la ahoga.
Las rocas se secan y saltan en pedazos, y las flores, oprimidas en los corazones, sucumbe...
Se ah cegado el impulso de los manantiales.
Las almas mueren, no solo por que solo reciben indiferencia, sino tambien por que se ah desnaturalizado su propio amor, cuya esencia era probar y darse.
Esta es la anogia de nuestro tiempo.
miércoles, 29 de julio de 2009
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